La amistad como el amor, es una elección que nos elige, ya que el deseo de estar con alguien está comandado, no por algo racional, sino por una afinidad que podemos definirla pero poco comprenderla.
Seguramente la razón de que los amigos pueden ser contados, como se dice, con los dedos de la mano. A veces creemos que somos los únicos que poseemos pocos, sin saber que para la mayoría es así, ya que la verdadera amistad no se da tan fácil. Y no porque haya poca gente digna de confianza, sino porque establecer ese lazo implica un encuentro de identificaciones, de azares, de entrega y renuncias.
De identificaciones en el sentido de que aquel a quien se desea como amigo, no lo es porque se parezca a uno, sino porque con él se tienen afinidades, especialmente en lo que se elige para disfrutar. Por lo que podríamos decir que la unión se da, no tanto porque se gusten, sino por un gustar de lo mismo. Razón por la cual podemos entender por qué siendo tan disímiles es posible el encuentro.
Es del azar porque encontrar a aquellos que nos pueden atraer se juega en la contingencia de un encuentro casual, en el que sin querer queriendo, nos acercamos por una atracción, como si en el otro brillara una lucecita invisible que nos promete algo satisfactorio.
Y sobre todo la amistad es producto de entrega, de la capacidad de dar, porque sostenerla implica tiempo y energía, por eso aquel que se queja de que no tiene amigos, seguramente está en la posición de la que decía: “Siempre me dejan plantada”.
Una frase que sirve para jugar con la palabra y mostrar que los que se comportan como una planta, como si estuvieran plantados, sin posibilidad de moverse para llamar, visitar, buscar, por lo general se quedan solos. Y sucede porque están esperando que sea el otro quien haga todo el gasto. A veces somos bastante cómodos y ya sabemos que de la comodidad no queda sino la queja.
También la amistad es de renuncias, lo que quiere decir que no podemos esperar que todo se dé en la armonía y en un acuerdo permanente. Por eso el verdadero amigo es aquel que sabe que lo que diga puede doler, y aún así se arriesga a decir lo que está pensando, a sabiendas que la verdad nadie la tiene pero pudiendo decir lo que es cierto para él.
La amistad no es de tumultos, algo que actualmente parece olvidarse con las nuevas tendencias de la comunicación en las que se pueden sumar números como amigos. Seguramente algo a lo que no es fácil sustraerse, sobre todo en la juventud, que tazan su popularidad por las cifras que arroja un dato que, seguramente, está puesto ahí porque es un artefacto que adiciona y que los que lo usan toman como algo real.
Un amigo es alguien de carne y hueso, un ser como cualquiera, lleno de contradicciones. Es aquel que en momentos nos puede hacer reír, nos puede escuchar, acompañar, pero que también en otros nos puede herir, y no precisamente porque quiera, sino porque es humano.
Razón también de la soledad de algunas personas que no alcanzan a comprender y a disculpar, porque en la idealización de las relaciones no entienden que si cobráramos a todo el mundo sus pequeños deslices o lo hicieran con nosotros, ninguna amistad sobreviviría.
Tener amigos es ir más allá de la familia, es el encuentro con las diferencias. Y la razón de que no se puedan lograr esos lazos, tiene mucho que ver con la incapacidad para desprenderse de lo conocido, porque en el malentendido de creer que sólo allí encontrará lo que necesita, el mundo cada día se le vuelve más estrecho, reflejado en la frase que muchos repiten: “Yo sólo me encuentro bien con mi mamá o mi familia porque son los únicos que me comprenden”. (prado,13mayo2011,pag1)